Ser ansiosa apesta. Ser depresiva apesta. Y cuando lo uno me lleva a lo otro soy un desastre que no sirve para un carajo. El resultado puede ser lo que les contaba en mi post anterior.
La ansiedad es de todos los días, unos más pesados que otros, pero por lo general manejable, si acaso me acelero un poco y ya. No siempre requiero medicación pero ya aprendí a reconocer cuando sí la necesito y a asumirlo sin tanta vergüenza ni sentirme como un fracaso de ser humano por necesitar químicos que me equilibren la cabeza.
¿Qué significa sufrir de ansiedad? Se los explico sencillito: imagínense ir caminando solos por la selva y de repente tener un león de frente, con cara de hambre, colmillos pelados. Su cuerpo entra en estado de alerta: se les acelera el corazón, se les oprime el pecho, les cuesta respirar, están aterrados. Físicamente aterrados. Paralizados. No saben para dónde agarrar. Ahora imagínense que el león no existe, que en realidad sólo enfrentaron un pequeño (o gran) estrés emocional: cualquier cosa desde el mal modo de alguien, el correo de un ex o la noticia de que alguien murió. Pero su reacción física es exactamente la misma a la del león con el colmillo pelado.