domingo, 9 de diciembre de 2012

Permiso para ser feliz

Me monto en el taxi. No, mejor dicho: colapso en el asiento de atrás del taxi, vengo agotada. Por dicha el viaje es corto, un par de kilómetros, mil pesos.

-'nas noches, a La Lucía, subiendo por El Valle por favor. Le pido. 
-Con mucho gusto.

Dos frases cortas y sencillas. Silencio.

A los doscientos metros el taxista me sorprende con una pregunta y su mejor cara de consternado.

-¿Muchacha, le puedo pedir un consejo?
-A ver, le contesto.
-Estoy enamorado de mi cuñada.

Lo suelta como quien arranca una curita. Y yo me quedo en silencio. ¿Qué le puede uno contestar a semejante confesión? Anticipando que va a ser un cuento de los que salen en Jerry Springer me da pereza y agradezco lo cerca que estamos de la casa.

Me ve la cara de estupefacta y empieza a explicar.

-Vea, ella y yo jalamos cuando eramos chiquillos. Nos apretábamos y ya. Pero como chiquillos, vacilando. Después conocí a la hermana y me casé con ella. Pero a los años ella me dio vuelta y yo siempre la perdoné. 
-Ajá.
-Después mi mujer y yo nos dejamos, ella se fue con otro hombre dos años, él la dejó panzona y donde la vió con panza le pegó y la echó de la casa y se vino otra vez conmigo. Yo la recibí. Al rato me enfermé de la ciática y estando en cama, me volvió a dejar otra vez por el mae ese. Me dejó solo y enfermo, en cama. 
-Malagradecida. 

La historia no es como pensé, juzgué muy pronto y me da vergüenza. Sigue contándome.

-Mi cuñada vino a cuidarme, me ayudaba y hasta me bañaba. -Y adelantándose a que yo piense mal, me aclara sin parar a recobrar el aire- Pero nunca hicimos nada indebido. Ella me dice que yo estoy joven y guapo, que no me debería quedar solo ni sufrir por mi mujer. Yo a mi mujer ya no la quiero, de por sí ella se quedó con ese hombre y tiene su familia. Pero a mi cuñada sí la quiero.

La expresión en su cara me dice que es cierto, que la quiere y que es un cariño genuino e inocente. También que está desesperado y ya no sabe qué hacer. Está perdido.

-¿Y qué lo detiene de estar con su cuñada? Le pregunto.
-Que me parece raro.
-Vea, nadie debería de negarse la felicidad. Su mujer lo dejó dos veces...
-Y me dió vuelta... me interrumpe.
-Ajá, y le dió vuelta, dos veces. Ella no lo quiere y ya hizo vida por otro lado. Su cuñada lo quiere ¿verdad?
-Creo que sí, ella me cuida y eso. Nos hacemos compañía y me dice que estoy guapo. 

Lo repite como queriendo creérselo, con un poco de timidez y de pena, viniendo de ella debe de ser bien especial. Y acá entre nos, lo está viendo con ojos de amor.

-¿Y usted qué espera para ser feliz? Le pregunto.

Le cae como un balde de agua, no esperaba una pregunta tan clara pero para mí era la obvia. Venía manejando despacito para que le diera chance contarme el cuento, ya habíamos llegado y teníamos más de un minuto parqueados frente a mi casa. A mí no me interesa lo que marca la María que todavía está corriendo, este señor necesita que alguien le diga que está bien ser feliz. Que alguien le de permiso para mandar los peros a la porra y dejarse querer. Y se lo doy.

-Nadie debería nunca de negarse la felicidad. Usted no tiene deuda con su mujer, más bien ella le debe vuelto a usted. Déjese de preocupar y sea feliz. Déjese querer que nunca sabe cuando se topa otra oportunidad y desperdiciarla es un pecado, una grosería con la vida. El cariño no se desprecia, hombre, con lo que cuesta encontrarlo. -Le hablo con autoridad y me ve con cara de sorpresa, como si no hubiera considerado la posibilidad de que fuera permitido, que estuviera bien-. Lo dejo pensando en eso. Espero que se arriesgue. 'nas noches.
-'nas noches. En la cara se le ve el colocho que le queda.

Todo esto en un viaje de mil pesos.

m.


2 comentarios:

  1. Seguramente esa noche no dejó que nadie más se subiera al taxi y se fue directo a buscar a doña Felicidad.

    Saludos :)

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