lunes, 5 de marzo de 2012

El mar y yo

Antes del 2010 sólo me acuerdo de un viaje a la playa con mi familia cuando era chamaca, al rato fuimos más veces pero no tengo recuerdos de eso. 

Para ese paseo en particular mis papás todavía estaban casados y nos fuimos con la familia de mi papá a Cahuita. Se suponía que nos íbamos a quedar en la casa de algún conocido de alguien -van a disculpar la falta de detalles, yo tenía menos de diez años-, pero cuando llegamos al lugar resultó que estaba desmoronándose y convirtiéndose uno con la jungla -familia de murciélagos incluida-, la imagen de mi abuela sentándose en una de las camas y yéndose de espaldas contra el suelo ha sido la carcajada en reuniones familiares por años.

Terminamos haciendo una peregrinación buscando donde quedarnos todo ese gentío y por suerte encontramos unas cabinas en la mera mera playa, me acuerdo de la fuerza de las olas reventándonos a los poquitos metros y que nunca lo he sentido igual.

Yo nunca fui muy playera, al menos no tanto como el tico promedio, no es por nada en particular, sólo no salgo corriendo hacia ella cada vez que tengo un fin de semana libre como pareciera que todos hacen a mi alrededor. Sí me gusta darme mi vueltica por el mar, aunque no chapolotee en el agua.

Cuando tenía como seis años una vez estaba en el mar con mi papá, Rocío de un lado y yo del otro, estábamos solamente flotando donde las olas todavía no revientan, a las dos nos gustaba cómo la marea nos subía y nos bajaba y pasábamos el rato. Por un fallo de cálculo nos reventó una ola encima y nos soltamos los tres. Me acuerdo perfectamente de la sensación de estar bajo el agua esos segundos, flotando estática, sólo veía gris por tanta arena pero me sentía en paz, no tenía miedo. La sal en los ojos no me enchiló y la corriente no me jaló para ningún lado por unos segundos que se sintieron para siempre.

De repente me revolcó una ola y me arrastró hacia la playa -por dicha no en la otra dirección-. Ahí sí me asusté, una revolcada de ola asusta, y ahora sí me enchiló la sal en los ojos y me pegué una lloraaaada. Igual alguna otra vez me volví a meter al mar y a las piscinas aunque también casi me ahogo en piscinas un par de veces, incluyendo cuando mi tío quería que aprendiera a nadar tirándome a la parte honda de la piscina donde mi bisabuela. Nade, patalee, así se aprende, me gritaba mientras yo me paniqueaba y tragaba agua como imbécil.

Una vez, ya adulta, fui a snorkelear con un amigo. No nos fuimos muy lejos, apenas unos metros adentro por los arrecifes en Manuel Antonio, tenía las patas de rana y todo el equipo, no era muy profundo y yo sabía que estaba segura. Pero la corriente me jaló medio centímetro y por dos segundos me morí del pavor. No fue nada, fue sólo sentir que había algo más fuerte que yo, que podía tener control sobre mí. Tuve un mini ataque de pánico y le agarré la mano fuerte a mi amigo, me preguntó si quería salirme y le dije no, sólo no me soltés. Y nos quedamos un rato más.

Sobra decir que nunca aprendí a nadar apropiadamente.

Me gusta el mar, me gusta verlo, sentir su enormidad y su fuerza. Lo respeto de lejos. Y cada vez que voy sin falta me pregunto por qué diantres no voy más seguido.

Desde siempre cuando voy a la playa y veo el primer cachito de mar me pega como un manazo su inmensidad y mi pequeñez y lo admiro un rato. Hace más de diez años un amigo, Greg, me dijo: dude, you gotta say hi to the ocean, pay your respects to it. Y me pareció que era maomenos lo que estuve haciendo, y desde entonces lo empecé a hacer ya oficialmente. Ahora lo saludo. Y me despido hasta la próxima vez.

Hola, señor mar, es ud hermoso. 

Ahora es imposible ir a la playa y no pensar en Varito. Pero también es imposible no pensar en él acá. Todos los días lo pienso, pero estando cerca del mar lo tengo más presente, lo siento más fuerte y cerca. 

Lo extraño. Decir que me hace falta es una subestimación. Todavía no logro poner en palabras lo que es no tenerlo acá.

Pero no voy a dejar de ir a la playa, por más que duela. Duele no importa donde esté.

Lo difícil ahora es despedirme del mar. Siento que ya no me despido sólo de él y me parte el corazón cada vez. 

Ayer especialmente, no sé por qué si estaba en el Atlántico, pero ver esas olas mientras me iba... ya ni sé.

Chau, señor mar, ojalá nos veamos pronto.

m.

1 comentario:

  1. ...vieras que la casa desvencijada era al lado.del Rio Bamanito de los Bejarano y nos fuimos aCahuita a las cabinas Morgan ...que recuerdos ...

    ResponderEliminar