Yo nunca fui una buena fan de la música. Nunca he andado detrás de la música vanguardista ni progresiva, a veces ni me doy cuenta de que existen grupos nuevos o tendencias musicales. Fó les puede confirmar, lleva años vacilándome por estar estancada en mi música ochentera y noventera y porque posteo las mismas canciones viejas en facebook. No soy como él que con sólo escuchar una banda nueva les puede hacer la lista de influencias.
He ido a mi par de conciertos, sobreviví el de Aerosmith del '94 que fue mi primer concierto grande y fue legendario más por el miedo de morir aplastados por el tumulto que por la presentación –el audio no era una prioridad en esas épocas–. Todavía me acuerdo de las portadas de los periódicos del día siguiente con fotos de las montañas de cosas que dejaron perdidas: zapatos, gorras, ropa, de todo. Y claro, tratando de salvar la vida a nadie le importa dejar alguna jacket por ahí perdida.
El problema fue que los organizadores no organizaron mucho el asunto de la seguridad, me acuerdo de estar esperando en una de las dos filas en media Sabana y de repente la gente empezó a correr hacia la puerta, nunca supe por qué, pero todos corrimos detrás de los demás y ¡saz! estábamos todos pegados a los portones como ganado. Era tanto lo apretados que estábamos que me acuerdo que podía levantar los dos pies y me quedaba en el aire sostenida por la presión de la gente alrededor mío.