jueves, 16 de junio de 2011

Tati

Valky fue la primera nieta, ella fue la que le puso Tati. Ya existía una Tita, mi bisabuela, entonces Tati tenía sentido. También había un Tito, mi bisabuelo, que conocí por año y medio, pero mi abuelo murió mucho antes de que ninguno de nosotros fuera ni un plan remoto, así que no iba a haber un Tato. ¿Cómo le dicen mis sobrinos a mi mamá? Pues, Amaxu, que significa abuelita en vasco –influencia de Pedro–. Si llego a tener nietos me pueden decir Tita Meme, pero al paso que vamos quién sabe si los voy a llegar a conocer.

Mi abuelita era una abuelita bastante peculiar. Desde que me acuerdo andaba en carro, siempre un Fiat, con mi bisabuela y con nosotros, citando a Valky, ella era la prueba viviente de que el MOPT no sirve para sacar de las calles a la gente que no debería de conducir. Porque ojo: mi abuelita manejó por 45 años sin sacar la licencia, cada vez que se metía en un problema con otro carro, independientemente de quién tenía la culpa –la mayoría de las veces ella–, le armaba un tanate al otro conductor y más de una vez la escuché decir: seguro ni licencia tiene. Oscar tenía que llegar a arreglar el asunto.

Un día llegó al COSEVI y la conversación fue más o menos así:
   Tati: Vengo a renovar mi licencia.
   Funcionario: Pero señora, no tenemos record de que ud haya tenido licencia.
   Tati: Qué raro, si yo tengo 45 años de manejar, seguro perdieron los papeles, ay no, qué enredo con uds.

Y mi abuela salió del lugar con su primera licencia a los 65 sin haber hecho ni media prueba de manejo. La señora manejaba, no es que no pudiera, es que no debía. En esa época y hasta hace unos cinco años, cuando se hizo cirugía láser e implantó lentes intraoculares, no veía muy bien y siempre se la jugó, pasar por un semáforo con mi abuela al volante daba mieee’o del bravo, pasaba preguntando: ¿está en verde? Sin bajar ni un poquito la velocidad, como si la respuesta realmente no importara o hiciera alguna diferencia. Por mi propia paz mental dejé de montarme en el carro con ella hace unos nueve años.

La restricción vehicular no la detenía a ella. No, no, no. A mí no me van a decir cuando puedo salir a la calle, yo soy una viejita y saco el carro cuando quiera, decía con una determinación que a los Oficiales de Tránsito, que le ponían el mismo parte todas las semanas en las mismas rotondas, ya ni sorprendía.

La reforma de la Ley de Tránsito no trajo ni medio cambio en la forma de conducir de Tati, no sé ni cuantas veces le bajaron las placas por falta de RTV o marchamo o licencia vencida o una combinación de todas, ella igual agarraba el carro y se iba a visitar a mi mamá, placas o no, multas o no.

Una vez hizo el alto un poco muy allá y cuando empezó a retroceder no le importó que el carro detrás de ella no se movía, ella siguió echando para atrás hasta que, como era de esperarse, lo tocó. ¿Pero no se da cuenta que estoy echando para atrás? ¿Por qué no se quita? se quejó mientras metía primera y se daba a la fuga con toda la tranquilidad del mundo. Ay, doña Mabé.

Ella era así de determinada para todo, siempre tuvo una opinión y algún consejo, aunque nadie lo pidiera o su sabiduría de anciana no fuera apreciada como debía. Pero dentro de todas esas cosas que la escuché decir aprendí un montón de ella, lo más difícil fue que soy especial, claro si sonaba a amor de abuela y qué fácil usarlo para desacreditar su opinión.

Tati me enseñó a rezar, me habló de Dios y del cielo, me enseñó a pedirle a mi ángel de la guarda, de mi dulce compañía que no me desampare ni de noche ni de día. Trató siempre por todos los medios de salvar mi alma inmortal y de asegurarse de que nos íbamos a topar allá en la Gloria de Dios. Siempre quiso lo mejor para mí y mis hermanos e hizo todo en su poder para darnos un mejor futuro.

Lo usual era que pasara con Tita en el carro y nos llevara a Rocío y a mí a tomar cafecito donde Giacomin o a Mom’s Bakery, Tita siempre pedía algún tostelito para su tecito y Rocío y yo éramos felices con un brownie o muffin, los de Mom’s Bakery tenían un piruchito de Dulce de Leche, mmmmm. Las dos güilas con las dos viejitas tomando cafecito en uniforme de escuela. Dos y tres generaciones aparte. Pero la pasábamos muy bien con ellas.

Tita no me ha dejado de hacer falta, diez años después todavía pienso en ella y lo dulce que era conmigo, su risilla cuando se portaba mal o contaba algún chilillo que ella pensaba era medio pasa’o.

Tati y Tita, esas eran mis viejitas. Como cosidas de la cadera toda mi infancia, siempre juntas en el carro, se veían todas vacilonas chiquitillas en los asientos del carro. Esas mujeres que cada año se hacían menos y menos altas eran la madre e hija más unidas que he conocido y las mujeres más fuertes de mi familia.

Chamaca me quedaba a dormir donde Tati, dormía en el cuarto de Pierino u Oscarino y cuando se sentaba en la cama a rezar conmigo antes de dormir la pobre tuvo que lidiar con mis preguntas existenciales, que dónde se acababa el universo, que dónde está la gente que todavía no existe, que qué se siente morir y cómo es. En el mejor de los casos Tati me daba sus mejores explicaciones religiosas y se sorprendía cuando no eran suficiente para mí. Estoy casi segura de que esas noches eran responsables de la mitad de sus canas. Tan lindo el pelo gris de Tati, siempre tan arregladito y suavecito, con el mismo peinado por setenta años, alguna vez fue rubio, pero yo lo conocí ya plateado.

Al día siguiente me bañaba con mucho cariño y me sentaba en una gradita de su patio a secarme el pelo al sol, me daba un limón dulce pelado para que me comiera los gajitos mientras me hacía desayuno.

Tan elegante mi abuelita, siempre coqueta y con modales impecables, se le notaba el abolengo a leguas. Tenía la letra más linda que he visto, una cursiva clásica como ella. Y siempre se pintó las uñas rojas, nuestro color favorito, y no es casualidad que hasta hace poco era el único color que usaba en mis uñas, tampoco que tenga toda la semana con mis uñas rojas. Es mi homenaje a ella –le copié la idea a Valky–.

Tati era la clase de mujer hermosa sobre la que se escriben novelas y poemas, hay un Chalo Morales en su sala que lo demuestra. Hay mil fotos documentando su belleza y hasta el último día, esos ojos azules de ella podían poner a soñar a cualquiera. La mujer enamoró a dos personajes en su época, no eran cualquier pelele de los de ahora, no. Mi abuelo fue un militar de carrera de ojos rebeldes encantadores y que por lo guapísimo que se veía en uniforme era bastante cotizado. Oscar, su segundo esposo era un italiano cantante de ópera que pasó por Costa Rica en un tour y se quedó por mi abuela y su sonrisa.

Tati me va a hacer falta, me quedan muchos recuerdos e historias y me siento dichosa por haberla conocido por tantos años, por haber compartido tanto con ella y haber escuchado sus propios recuerdos e historias.

Es el orden natural de la vida, todos perdemos a nuestros abuelitos, pero la mía era una abuelita especial, tan especial como ella decía que éramos todos sus nietos, sus tesoros. Sí, claro que le daba la necedad como a cualquier otro viejillo, cada vez que nos veíamos me pedía mil veces que me fuera a vivir de nuevo a San José, pero si por acá hay muchos trabajos y ud tan inteligente y empunchada en cualquier lado le va bien, qué falta que hacés por acá. Me lo decía unas diez veces casi sin cambiar el diálogo ni pestañear, pero no me molestaba, lo decía porque quería tenerme cerca, me parecía muy dulce de su parte y la abrazaba y le decía que la quería mucho para que me extrañara menos. A veces le cambiaba el tema y hablábamos de Tita un ratito.

Qué amor más puro ese de los abuelitos, nada que uno haga es malo, a sus ojos somos siempre perfectos y maravillosos, nada le reconstruye a uno el ego como los piropos de abuelita, desde que tengo memoria la mía me decía que podía ser Miss Universo, y lo decía con una seria convicción que alguna vez me lo creí y sentí que estaba desperdiciando mi potencial carrera de miss –como si no me faltaran unos 20 cms de pierna, entre otras cosas–, tan linda mi Tati. Tan valiente criar dos hijos sola en países extranjeros mientras su marido combatía en alguna revolución, tan duro enviudar tan joven. Y siguió adelante y nunca la escuché quejarse de que su vida fue dura, sólo habló de los buenos recuerdos, incluso de esa época hablaba con orgullo.

Mi Tati linda se fue a reunir con Varito, con su hermano Rodolfo que se fue hace años, con Tita que se fue hace menos, con sus dos maridos –mmmm ¿cómo funcionará eso?–, con tanta gente que conoció hace mucho y ya no estaba.

Ahora somos una familia sin viejitos, esa generación se nos fue y se siente como el fin de una era. Qué raro, hace nada salía una foto con cinco generaciones de mujeres de mi familia en la portada del Viva y mi mamá es ahora la cabeza y me parece que está muy joven para ser la matriarca, raro raro.

Que descansés, Tati linda. Te quiero mucho.

m.

2 comentarios:

  1. Muy hermoso mijita, cada frase tambien a mi me representa un monton de cosas, Gracias mi querida cuentacuentos.
    Mi papa, aunque militar de carrera fue un idealista, revolucionario integrado en la Legion Caribe soñaraon acabar con las dinastias de America Latina y el Caribe...
    Su segundo marido Oscar, baritono de la Scala de Milano y pionero en CR de la Lirica, exelente en la cocina y dando clases de canto, con su particularidad de que quien no servia para canar se lo decia directamente recomendandole cualquier otra profesion
    Besitos, te ama tu mama

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  2. Meme... me encantan los post que hacés... este está genial, si no estuviera en el trabajo estaria con las lagrimas ajuera... Tu abuela es una gran persona, uno lo puede notar sin siquiera conocerla, solo por como hablás de ella. Y creo que así son muchas abuelas, me pregunto si eso esta predeterminado, y en el caso de que lleguemos tan largo, seremos igual de especiales que ellos, o si por haber crecido en epocas tan distintas, seremos una especie diferente de agüelitos. Saludos...

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