jueves, 6 de enero de 2011

El Día de Reyes

Yo crecí en Barrio Otoya. La mitad de uds se preguntó ¿dóoooooonde?. Pues Barrio Otoya queda entre Aranjuez y Amón en San José centro. De hecho, nuestra dirección era Casa 1326,  Avenida 11 - Calle 13. O a lo tico: de la entrada de emergencias del Calderón Guardia 200 mts al oeste, o 100 mts oeste de la Pulpería La Flor de Otoya, casa esquinera roja con crema y con vidrios de colores.

Emergencias del Calderón ahora queda 50 mts más para allá y La Flor de Otoya dejó de existir hace unos añitos, aunque no tantos como me habría imaginado. La casa en la que crecí tampoco existe, ni la casa de Doña María que quedaba cruzando la calle y era gemela de la nuestra -o del mismo arquitecto y del mismo estilo-. Muy pocas cosas de esa época existen todavía -y antes de que se asusten de lo vieja que sueno, apenas tengo 32 años-.

La que sí está todavía es La Casa de los Siete Ahorcados, que para nosotros era simplemente la casa de los Knöhr, doña Ana y don Otto ya no están hace bastante pero la casa está en pie. Quedaba diagonal a la nuestra y hasta donde yo sé ahí no se ahorcó nadie. En esa casa dormí una vez con Rocío, cuando mis papás se empezaron a divorciar, la casa era tan vieja que, incluso para mí que estaba acostumbrada a vivir en una casa de casi 100 años, la de los Knöhr se me hacía inimaginablemente antigua. Tenía muchos cuartos y cosas tan tan viejas e interesantes que hicimos fiesta investigando. Los baños tenían de esas tinas con patitas labradas y bidé, la refri tenía los lados redondeados con agarradera en la puerta y los cuadros en las paredes eran de gente que hace quién sabe cuanto dejaron de existir en este mundo. El segundo piso estaba lleno de juguetes y cosas de otro siglo. Sería la costumbre a lo viejo que jamás se nos ocurrió pensar en los fantasmas que jugaron con esos mismos juguetes hace mil años, cero miedo.

Pero para mí nada se comparaba con nuestra casa, ahí vivieron mis bisabuelos y varios de sus hermanos, mi abuela y su hermano, mi mamá y su hermano del primer matrimonio de mi abuela, después mi papá, mis hermanos y yo.

Me imagino que antes de mi época vivieron también algunos tíos, primos y gente que se me escapa. Ese barrio con sus árboles de corcho era una maravilla, Chepe quedaba todavía bastante lejos y había que ir en bus para llegar al centro. Mis hermanos y sus compillas se echaban mejengas completas sin que pasara un carro. Ahora los reto a uds a encontrar parqueo en esa calle y son poquitas las casas que no se restauraron para convertirlas en un bed & breakfast.

Esos tres barrios, Amón, Otoya y Aranjuez eran como hermanos, la mayoría iba a misa a la misma iglesia, las casas eran igual de viejas y elegantes y las familias se conocían el abolengo de hace generaciones y generaciones. Mi mamá era de Otoya y mi papá de Aranjuez y se conocieron en el grupo de jóvenes de la Santa Teresita.

Teníamos una tradición que hasta la fecha extraño con una nostalgia de las serias -mi nostalgia y yo-. Para el 1ro de Enero todos los vecinos quitaban el arbolito de Navidad y lo sacaban a la acera, los chiquillos de los tres barrios pasábamos con uno de esos mecates de tender ropa en la mano y en bicicleta o a pie íbamos amarrando los arbolitos en una tira larga. El 6 de Enero nos reuníamos los tres barrios y quemábamos los arbolitos en el Polideportivo Aranjuez, asábamos marsmallows y los adultos conversaban.

Claro, la imprudencia con el montón de güilas y la fogata enorme y la falta de bomberos cuidando, bla bla bla... Ahora adulta pensé en eso y me pregunté si tan siquiera tendríamos permisos municipales. Aunque de fijo ayudaba que Alfredo, el pulpero, era munícipe.

Es de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia. Me encantaba salir a recolectar los arbolitos con mis amiguillos, arrastrar aquella cadena larga de arbolitos hasta la casa, apilarlos en el jardín -que era enooooooooorme- y calcular cuántos llevábamos. En un par de días ya estaban secos y perfectos para quemar. Si a alguien se le hubiera ocurrido tirar una chinga de cigarro en nuestro jardín nos habría llevado candanga con el incendio. 

Pero no se me ocurre una mejor forma de pasar una semana de vacaciones, o para el caso, la primera semana del año.

No sé qué habrá pasado después de que nos fuimos de Otoya, como los arbolitos se almacenaban en nuestro jardín y éramos nosotros los que armábamos la recolección no sé si habrán continuado la tradición, espero que sí. Pero para mi familia fue muy raro, de repente el arbolito se quedaba decorado en la sala secándose de a poquitos por meses y no sabíamos qué hacer con él. En Guadalupe no teníamos dónde armar la quema y ya sólo era recuerdo, todavía en las Navidades me parece extraño pensar en qué diantres se hace con el arbol, alguien que me explique cómo se supone que se desecha. Bueno, encima son cada vez más las familias que prefieren tener uno artificial, guacala, para mí si no huele a ciprés no es Navidad.

Lo único que me da más nostalgia que la quema de árboles es la casa vieja. Veintidós años después no se me olvida la sensación de vivir ahí, de hogar y la historia familiar, de vez en cuando me sueño con estar ahí. No puedo creer que mi tío-abuelo botara la casa para vender el terreno y que tanta historia se haya perdido debajo de un edificio de oficinas. Ni idea tienen de la cantidad de bebés que entraron por esa puerta para crecer y vivir ahí, la cantidad de Navidades que pasamos en familia y los viejillos que empezaron a chochar en esos cuartos. Ahí aprendí a caminar, a rezar y a rayar paredes, a andar en bici en el corredor de afuera, a leer y escribir, a tocar violín y a pelar papas con Tita. Me acuerdo de cada rincón de la casa y mil veces he soñado con construir una igual, así con siete cuartos y tres baños, con un jardín en L enorme y muchos árboles, el arbusto de camelias y el patio con piso de piedra de río. Claro, en mi sueño aparentemente también soy millonaria.


'nas noches,
m.

3 comentarios:

  1. Yo también me sueño con la "Casa Vieja" a menudo. Nunca se me va a olvidar el dolor del día en que decidir ir en bicicleta al "barrio" luego de que nos habíamos mudado y encontré el lote vacío. Sentada en lo que quedaba de la primera grada lloré unas de las lagrimas mas amargas que he llorado en la vida. Me duele que mis hijos no puedan a visitar esa casa. Especialmente cuando fuimos a Costa Rica y querían saber dónde vivía yo cuando vivía allá... ¡Que nostalgia! especialmente en Navidad y Año Nuevo...
    Luego de protestar porque no tuve "un verdadero quinceaños" (en un lugar alquilado) me alegro de que mi fiesta fué ahí. Me alegro de que mis buenos amigos, mis amigos de toda la vida, recuerdan la casa de "Los vidrios de iglesia".

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  2. yo me di cuenta de que habían botado la casa vieja un día que después de la escuela llegué a la verla (como hacía de vez en cuando) y lo que me encontré fue a unos señores limpiando el terreno y preparándolo para nivelarlo, sólo quedaba la tapia, el portón, las gradas y el piso del corredor. no sé quién se extrañó más de que los otros estuvieran ahí si ellos o yo. la sensación fue horrible ¡la casa vieja ya no estaba! algo que uno sintió como una constante en su vida, como el color de los ojos o algo así, que uno jura que siempre va a ser así, ya no estaba, alguien había tenido el des-corazón para botarla :(
    qué cosa más horrible...

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